La primera misa que fui mientras estaba en la Montaña Azul tuvo una diferencia: la contemplación.
Como veía la maravilla de paisaje en ese sitio, apreciaba los colores y las formas, los sonidos y olores, así aprecié la paz de la casa del Señor. El perfume. Entendí lo que sentiría María al rociarle con aceites los pies y el pelo de Jesús, mientras su hermana Marta se apuraba en atender a su querido invitado.
Antes al entrar a Misa yo era Marta, llegaba apurada, rezaba apurada, pedía y abría mi corazón a Dios, puro trabajo mental, pura lógica y explicación. Esta vez solo lo contemplé. Su espíritu que está tan fuerte en su casa, en sus escrituras, en sus cánticos. Contemplé al Señor.
Ir a Misa con chi… nunca me hubiera imaginado.
foto: atardecer en Mount Athos, un Monasterio en Grecia
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