Foto: corredores de Ecuador Runners en Cumbayá, Quito. Gabriel Cadenas.
Corriendo el 23 de enero los 30K de mi entrenamiento para ir a la Maratón de Boston, pensé que hace 5 años me rompí el tobillo en el Parque Metropolitano de Quito. El yeso que me pusieron fue como un grillete con el que estuve seis días. Me identifiqué con los prisioneros que arrastraban las cadenas unos atados a otros para que no pudieran huir. Yo me ataba a mi propia incapacidad y a algo más esclavizador: mi naciente claustrofobia. En ese entonces pedí a Dios por los perseguidos, los prisioneros, los discapacitados, los niños y jóvenes abusados, las mujeres maltratadas, los que no gozan de libertad por cualquiera razón.
Ahora pido por el Ecuador, para que no nos quiten la libertad. El ser humano desde que es libre es capaz de ser feliz. Y hay seres superiores a quienes aunque les encierren y torturen, buscan ser felices, se abstraen y lo logran. Mantienen su salud mental hasta el día en que son liberados. Y ese día, como lo fue para mí, sin su magnitud, claro, pero feliz también, recuperan de pronto todo: la vida, la paz, la mente, y se van, se van, se van.
No pude correr 3 meses pero gracias a ese accidente valoré como nunca la posibilidad de canalizar mi energía en la pista, en los montes, en la calle, caminando, corriendo, respirando. Hoy soy libre, aliviada, privilegiada, exenta. Libre de toda atadura terrena.
“Siempre hay mascaras; salvo cuando el dolor, la bronca o la devastadora gratitud nos desnudan el alma.” Ernesto Sábato.
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