Estoy en clases
de English Composition y me piden un ensayo sobre lo que significa
escribir para mí.
Creo que escribir
y yo tenemos una relación tormentosa. ¡No puedo librarme! No me imagino
mi vida sin escribir. Puede ser una tortura y un desangre. Me quita la
libertad, me regresa al punto de partida, me registra los bolsillos y termino
por entregar todo: tiempo, memoria, felicidad. Puedo vivir la máxima alegría cuando
me siento frente al computador y a golpe de café me expreso; o sentir un dolor que ya quiero que termine porque me encadena. Es como comer con
un hambre real pero al final ni me sacia ni me alimenta.
Mi primera
experiencia como escritora fue desafortunada: escribí un poema para mi mamá que
envié a un concurso de poesía. La mensajera, mi hermana mayor, se olvidó de
entregar el sobre y una semana después de que se publicaran los ganadores me lo
devolvió sin abrir. Yo tenía 11 años. Después escribí un ensayo que se llamaba
Negrito, y que hablaba de mi papá, y con ese me fue bien porque se dieron la
molestia de leerlo frente a todo el colegio. Gané varios concursos de
ortografía y uno de literatura. Representé al colegio en un concurso de la
ciudad con el tema: Eugenio Espejo. No gané nada más, pero conocer a este
médico de Quito fue una vivencia importante.
En cuarto curso llegó Rosa Matas como profesora de composición y literatura. Ella me enseñó a ver la belleza
de las letras y la posibilidad de entender su significado, su alma y su sombra.
Qué lindos momentos tuve con Rosa y ahora que le encontré en Facebook leo sus
ideas y sus links y sigo disfrutando de su compañía.
Escribo por
trabajo. Mantengo cuatro blogs de deporte, de microfinanzas, economía del hogar
y uno personal. Escribo una novela que cada vez que llega a su último capítulo vuelve al punto de partida y con este, al dolor.
Una relación
turbulenta hay que cortar. Pero no encuentro el salvavidas que me mantenga a
flote.