Encuentra lo positivo de cada hecho así sea catastrófico. Y si no
puedes salir… busca ayuda.
Como un accidentado que llega con las piernas rotas, derrame interno y
conmoción cerebral, así llegas al psicólogo, terapista, coach, sacerdote, guía
o buen amigo... Puedes ir antes del “accidente” que sería preventivo, pero
normalmente no somos así. Esperamos a estar ahogados para pedir una balsa.
Hay que proponerse un reformateo o reprogramación de nuestro esquema
cerebral. Con esa petición mental, el momento llega y las cosas se dan. Alguien
en el cosmos está preocupado por ti y te abre el camino.
Pide ayuda.
Al poner sobre el tapete tu caso, éste ya comienza a desenredarse. Es
un primer alivio. Todo está congestionado, hay demasiada carga emocional,
tantos apegos y esquemas sobrepuestos como un rascacielos.
Es tan dulce el oyente para guiarte hacia tu interior. Y es tan
liberador hablar ante una persona que no te juzga.
Desapegarse de todo es el primer consejo. Tu trabajo, tus hijos, tu
pareja, todo puede terminar de un momento a otro. Entrega todo. Cuando te
vacías, empiezas a ver con claridad.
Dios
te llevó a cada acontecimiento de tu vida, lo permitió. “Más sin embargo” (está
en comillas porque es la frase delicada que utiliza mi guía para argumentar mis
comentarios) aunque fue para tu crecimiento espiritual, todo tiene su ciclo
hasta que termina. Hay personas y circunstancias que te acompañan toda la vida,
otras no.
No
temas acercarte al Maestro a pedirle consuelo y protección. Tú no eres más que
un niñito frente a él. Él lo ha permitido todo. No temas beber de la fuente de
vida.
-El
Maestro te mandó acá.
-¡Sin
duda!
Desapégate
de todo y empieza a confiar en la fuente de vida. Esa es la primera lección.
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